Tenemos miedo a todo eso que sentimos. Lo encerramos en la profundidad de nuestro ser y lo escondemos donde nada ni nadie pueda perturbarlos. Son nuestros pequeños secretos del corazón. Como escribió Rothfuss en su libro:
"Los secretos del corazón son íntimos y dolorosos, y queremos, ante todo, esconderlos al mundo. No se hinchan ni presionan buscando una salida. Moran en el corazón, y cuanto más se los guarda, más pesados se vuelven. Teccam sostiene que es mejor tener la boca llena de veneno que un secreto del corazón. Cualquier idiota sabe escupir el veneno, dice, pero nosotros guardamos esos tesoros dolorosos. Tragamos para contenerlos todos los días, obligándolos a permanecer en lo más profundo de nosotros. Allí se quedan, volviéndose cada vez más pesados, enconándose. Con el tiempo, no pueden evitar aplastar al corazón que los sostiene."
A pesar de esto, lidiar con ellos es lo único sensato que se puede hacer. En el fondo tan sólo se trata de, poco a poco, ir aceptando todos esos sentimientos tan abrumadores. No apartarlos, ni echarlos en el olvido, sino hacerlos tuyos. Asumirlos. Superarlos. Es muy duro asumir la realidad, más de lo que uno podría pensar. Muchos creemos haber superado algo que ni siquiera hemos asumido porque nunca hemos tenido el valor de pararnos a pensar en ello. Y como leí en un extracto de Carlos Piera:
"El duelo no es ni siquiera cuestión de recuerdo: no corresponde al momento en que uno recuerda a un muerto, un recuerdo que puede ser doloroso o consolador, sino a aquel en que se patentiza su ausencia definitiva. Es hacer nuestra la existencia de un vacío".