jueves, 11 de abril de 2013

Ruido

Me levanto por la mañana sin la menor preocupación, como si el mundo a mi alrededor no fuera más que polvo en el viento, un viento vacío de sonido y movimiento, un viento inmóvil y manejable que yo controlo. Poco tarda en adquirir voluntad propia e intentar revelarse de su amo, con el sentimiento racional de liberarse del yugo de su opresor. 
A pesar de la derrota matutina, asumida, repetida y constante, enfoco mi mente a una nueva paz. Una capaz de hacer oídos sordos al viento enfurecido que cada día intenta hacer más ruido. Normalmente esa es la idea. Evadir el ruido. Normalmente lo consigo, salvo excepciones. 

Y esas excepciones, esas veces en las que el ruido es tan fuerte que en mis vanos intentos no consigo ignorarlo, son en las cuales afronto de la mejor forma posible el problema.  A veces se me da mejor que otras.

Aunque a veces, el ruido no viene de fuera, viene de dentro. No hay nada peor que el ruido que viene de dentro. 

Por eso, mi mente esquiva el ruido. Y por eso intento distraer mi mente. Para no pensar. Para no hacer ruido.

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